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lunes, 24 de enero de 2011

Érase una vez...

En estos tiempos de crisis e hipocresía, con tantos problemas y tribulaciones acosándonos, conviene evadirse de esta realidad tan terrible y olvidarse por un momento de un futuro que cada vez se nos presenta más oscuro. Con este objetivo fue creada la literatura, para alejarnos de nuestro mundo y transportarnos a otros en los que los problemas no son nuestros y en ocasiones suceden hechos extraordinarios. Pues bien, con esa función he decidido contaros un cuento. Un cuento que ha perdurado durante siglos y sigue siendo todavía hoy el ejemplo más recurrente de cuento infantil: Caperucita Roja. Pero no esperéis la comercial versión del cuento que viene publicada en libros infantiles hoy en día. Por favor, soy Panmios, nunca penséis nada usual de mí. El final feliz, los personajes infantiles y la caperuza roja fueron añadidos siglos después de que Charles Perrault recopilase los cuentos populares de la Francia del siglo XVIII. Adaptaré libremente esa versión como si fuera la original, aunque obviamente hubo otras anteriores, pero se han perdido con claridad debido a su transmisión oral. Sin más preámbulo, comenzaré mi relato nada habitual con la fórmula habitual para hacerlo:

Érase una vez una niña que vivía en un pequeño pueblo con su madre. Un día, su abuelita, que vivía en lo profundo del bosque, se puso enferma. La madre de esta niña no podía desatender sus obligaciones en la casa, pero quería que la abuelita no pasase estos momentos sola. Así, envió a la niña para que cruzase el bosque con un poco de pan y leche para que se los diese a su abuelita y pasara la tarde con ella. Antes de que saliese, la madre advirtió a su hija:

-No te salgas del sendero trazado o podrías cruzarte con el malvado lobo.

La niña asintió, pero cuando se halló en el sendero se dio cuenta de que no hacía más que dar curvas. Así, la niña pensó que sería mucho más facil ir en línea recta. Atravesó el bosque olvidándose de los consejos de su madre y, como era de esperar, el lobo se cruzó en su camino.

-¿Cómo es posible que una niña pequeña como tú se interne en este bosque?-preguntó el lobo.
-Voy a ver a mi abuelita, que vive en lo profundo del bosque -dijo la niña, con la voz temblorosa por el miedo.
-¿Por qué tiemblas así, niña?
-Mi madre me dijo que los lobos son malvados.
-Me ofendes-gruñó el lobo-,
yo sólo pretendía ser tu amigo.

Y el lobo salió corriendo mientras caperucita se preguntaba si decía la verdad. No lo hacía, pues el lobo llegó corriendo hasta la casa de la abuelita antes de que lo hiciese la niña. Entró en la oscura cabaña en donde vivía la anciana y la mató clavando sus afilados dientes en su arrugado cuello. La sangre que manaba de su cuello perforado fue vertida por el lobo en una jarra de cristal. Después, cortó su vieja carne de anciana en finas rodajas y las puso en un plato. Dejó el plato y la jarra sobre la repisa de la cocina, se puso el camisón de la abuela y se acostó en su cama.

"Toc, toc", sonó la puerta de la cabaña de la abuela cuando la niña llegó.

-Pasa, querida-dijo el lobo imitando la voz carrasposa de la abuela desde su habitación.
-¡Abuelita! ¡Tu voz suena grave y áspera por la enfermedad! No te preocupes, te traigo pan y leche para que te pongas buena.
-Gracias, nietecita, pero no vengas a mi habitación todavía, pasa por la cocina. El viaje hasta aquí te habrá cansado, en la cocina encontrarás vino y carne para que repongas fuerzas.

La niña fue a la cocina y comió la carne. La encontró correosa y seca, pero siguió comiendo, pues tenía mucha hambre. También bebió el vino, y lo encontró agrio y denso, pero siguió bebiendo, pues tenía mucha sed. Cuando se hubo llenado y no quiso comer más, un gato negro se posó en el alféizar de la ventana y gritó:

-¡Sucia zorra! ¡Te has comido y bebido el cadáver de tu abuelita!

La niña, asustada por lo que había dicho el gato, corrió hacia la lóbrega habitación de su abuelita. Se echó a llorar en los pies de la cama de su anciana pariente y le relató al lobo lo que el gato le había dicho y le suplicó que le dejase quedarse en la cama con la que creía su abuela.

-Está bien-accedió el lobo-, pero antes desvístete. Tu ropa viene manchada del bosque.
-¿Y qué hago con la falda, abuelita?
-Tírala al fuego, ya no la vas a necesitar.

La niña obedeció. Tiró al fuego de la chimenea, que suponía la única luz de la habitación, todo lo que llevaba encima pues, una vez se las quitaba, el lobo siempre le decía que echase sus prendas al fuego ya que no iba a necesitarlas más. Así, cuando la niña estuvo totalmente desnuda, recibió el permiso para entrar en la cama con el lobo. Entonces, la niña notó algo extraño y dijo:

-¡Abuelita, qué de pelo tienes!
-Es para abrigarme mejor, querida.
-¡Abuelita, pero qué ojos tan grandes y amarillos!
-Son para verte mejor, querida.
-¡Y tus orejas, abuelita, qué largas son!
-Son para oirte mejor, querida.
-¡Abuelita, qué uñas tan largas tienes!
-Son para rascarme mejor, querida.
-¡Y qué dientes tan largos y afilados!
-¡SON PARA COMERTE MEJOR, QUERIDA!.

Y el lobo mordió a la niña tal y como había hecho con su abuela. Y mientras disfrutaba del éxtasis de tener esa carne joven llenándole la boca y esa sangre vivaz escapándosele de los dientes, quiso disfrutar más y se aprovechó sexualmente de la niña. Y así acabo esa desdichada niña desobediente, siendo devorada a la vez que penetrada por un malvado lobo. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Espero que os haya gustado el cuento tanto como a mi mente perturbada. Si ha sido así, os recomiendo una película que recopila una gran cantidad de historias como la de Caperucita, que tratan de instigar en los niños de épocas pasadas el temor a esos nobles animales. Es algo antigua, así que no le tengáis en cuenta los efectos especiales porque pese a eso es genial. Se trata de "En compañía de lobos":


También supongo que podría recomendaros otra película de próximo estreno que, aunque excesivamente crepusculiana(¡el lobo es como un Edward2!), también trata el tema.

Y ya sabéis, niños y niñas, no desobedezcáis nunca a vuestras madres cuando os manden a llevarle pan y leche a vuestra enferma abuela.

¡Y sed felices!